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El autocuidado en tiempos de pandemia

Este año el autocuidado ha cobrado un nuevo significado.

La experiencia que se conocía del verano: el descanso, los encuentros familiares o con amigos y los viajes fueron y son atravesados por una de las crisis de salud pública más grandes a nivel mundial, del siglo XXI.

A gran escala, este contexto que hoy nos toca vivir de una u otra manera nos hizo retornar, casi por necesidad extrema, al concepto del “self-care” o autocuidado,  y  nació en un ámbito casi exclusivamente médico.

El “self-care” fue definido por el Departamento de Salud de Estados Unidos como “los cuidados tomados por individuos en pos de su propia salud y bienestar, incluyendo el cuidado extendido a la familia y a la comunidad”. En la definición de “autocuidado” de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se incluye también "la capacidad de las personas, las familias y las comunidades para promover la salud, prevenir enfermedades, mantener la salud y hacer frente a enfermedades y discapacidades; con o sin el apoyo de un proveedor de atención médica" (2019).

En términos comerciales se habla mucho de esta idea de autocuidado y, ya desde 2012, el Día Mundial del Bienestar se promueve anualmente. Globalmente, la industria del bienestar representa ahora más del 5.3 % de la economía mundial. Frente a la carga de enfermedades crónicas, el envejecimiento de la población y las condiciones relacionadas con estilos de vida poco saludables, como pueden ser el tabaquismo y el sedentarismo que azotan a todos los sistemas de salud; se insiste en empoderar y estimular a la población a mantener y cuidar una buena salud mental y física y  en la búsqueda de la generación de los bien conocidos y anhelados hábitos saludables.

En interior de las filas profesionales, los académicos también comenzaron a buscar formas para que los trabajadores de profesiones de mayor riesgo como los emergenciólogos o quienes están en la primera línea, pudieran combatir el estrés provocado por el trabajo. El motor de esta búsqueda se basa en la idea de que el profesional estará más capacitado para responder en cuanto y en tanto  sea capaz de cuidarse a sí mismo. Esto aplica no solo al bienestar físico, sino también a la salud mental y emocional.

En este año especial con el actual contexto y una pandemia, las acciones de bienestar no tratan de mantener vivas las consabidas resoluciones de año nuevo. En febrero, los propósitos del nuevo año que sobrevivieron se encuentran con “las metas que arrancan” en marzo y que dan, en el verano austral, una segunda oportunidad para aquellos que sostienen que “El año no arranca hasta Marzo”. Sin embargo, este año las metas y el self-care se encuentran de frente con el trauma. Las promesas de cuidado  no solo son gatilladas desde el viejo hábito del “comienzo”. Vienen de la mano del trauma colectivo, del reencuentro con lo esencial. Si bien en sí mismos, los eventos que se viven no son necesariamente agentes de trauma, todo depende de qué tanto excede la situación a los recursos que se tienen para afrontarlos luego de un año de trabajo intenso y contexto divergente.

En Estados Unidos, después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en septiembre del 2001, el autocuidado y bienestar (wellness) tuvieron un nuevo auge. Resurgieron con el reclamo del retorno a lo interno, a lo vital. El trauma colectivo dio paso a la visibilidad de un incremento en los efectos del estrés postraumático, e instó a los psiquiatras y psicólogos clínicos a revisar los criterios de diagnóstico para el TEPT. Empezaron a surgir clasificaciones que cubrían a víctimas que no habían presenciado el ataque directamente, o a aquellos que, curiosamente, tenían síntomas que antes hubiesen sido considerados tardíos.

Parece que presenciamos secuelas similares, casi sin saberlo. A pocos días del “pandemiversario”, y seguimos contando, hemos llevado un ritmo frenético que en ocasiones no nos ayuda a reparar en lo evidente.

Usualmente, como seres humanos, como padres, como empleados, y profesionales de la salud, estamos acostumbrados a compartimentar (tratar de vivir las experiencias desagradables en compartimientos estancos), y ver ciertas situaciones como quien “ve los toros desde la barrera”. En términos más técnicos, la disociación instrumental es un mecanismo de defensa, normal y adaptativo, que mantiene funcionando al profesional de la salud  con cierta división interna, compartimentando la existencia, que permite fijar la atención en una cosa a la vez, y aislar la influencia de elementos externos. Es un equivalente psíquico del campo quirúrgico, que se posa sobre el paciente antes de cateterizar una vía central. Por una parte, el profesional muestra una actitud de cercanía con el problema del paciente (para resolverlo), y por otra, se mantiene lo suficientemente distante; cognitiva y emocionalmente; como para permitirse pensar acerca de lo que hace, sin “contaminarse”, sin distraerse demasiado con el ser sufriente  ni el rostro detrás del campo quirúrgico.

¿Recordás la última vez que encontraste en el pasillo o en la calle a un paciente de UTI que regresa a saludar después del alta?, ¿o a su familia? Te saludan con cariño y apreciación por tus cuidados. Y vos casi no los reconocés, porque los viste más desnudos que con ropa, porque no le conocías la voz sin el tono ronco post-extubación. Sonreís, atando cabos, y (quizás) te das cuenta de lo distinta que es su cotidianidad ahora que han recuperado la salud.

La disociación instrumental protege. Permite racionalizar que esto que pasa no les ocurre a todos. Deja tomar distancia, pues la tasa de prevalencia de las condiciones que vemos es baja en población general. Cuando, por alguna razón, algún diagnóstico nos toca de cerca o algún paciente despierta algunas emociones, idealmente, buscamos soporte en otro que, desde afuera, nos muestre el camino: un supervisor, un mentor, un terapeuta o en los más simples de los casos, alguien que nos escuche.

Sin embargo, el COVID-19 ha robado material y emocionalmente ese campo quirúrgico cognitivo.

Sacude un poco la disociación cognitiva que funcionaba como manejar bicicleta, eso que los profesionales hacían sin pensar o sobreinvolucrarse.

 

Los ha lanzado a un mundo donde son posibles pacientes y profesionales de la salud, al mismo tiempo. La pregunta ya no es ¿“Por qué a mí?”, cuando sienten que algo los agobia, o cuando se cuestionan que la mala fortuna haya tocado a su puerta. Los más intuitivos y valientes entienden que el COVID les grita a la cara: “¿Y por qué tú no?”. (Y aquellos con menos conciencia de sí mismossienten un miedo paralizante, una rabia desbordante o una indiferencia ensordecedora;  Todo esto, sin saber muy bien por qué. Pocas cosas eximen a los profesionales de la salud, pocas cosas se sienten tan universales como una pandemia. Es, entonces, de las pocas cosas en la vida en las que se puede pensar que, literalmente, todo el mundo está atravesando por el mismo estresor al mismo tiempo.

Como los descritos por Holmes and Rahe (1967), hay estresores universales, como la muerte de un cónyuge, la separación o el cambio de trabajo. Pero, en sí mismos, los eventos que vivimos en la actualidad no son necesariamente agentes de trauma. Por supuesto que todo depende de qué tanto excede la situación a los recursos que tenemos para afrontarlos. Para muchos, la COVID los ha hecho más resilientes; para otros ha detonado algunos síntomas.

Muchos se preguntan: ¿dónde está el manual de procedimientos o los protocolos, cuando todos atravesamos el mismo contexto simultáneamente? Todo el equipo de protección personal separa a los profesionales de posibles patógenos, dificulta la tarea del rapport cuando los pacientes agitados no distinguen los ojos que se ocultan detrás del reflejo en la máscara; pero no los separa del dolor, de las despedidas a través de un dispositivo electrónico o del adiós nunca dichos antes de una intubación endotraqueal. No los aleja del miedo al contagio, de la preocupación por los seres queridos y los patógenos que se arrastran a cada una de las casas.

“Estamos juntos en esto”, se escucha y se lee por todos lados, se repite en redes sociales; pero no nos explican que no lo atravesamos del mismo modo. Todos tenemos recursos diferentes. La vulnerabilidad dependería entonces del estilo de afrontamiento de los problemas, de la naturaleza traumática y/o estresante de las situaciones y de la red social de apoyo de cada persona. El modo de afrontar  la situación depende de factores constitucionales y de los recursos aprendidos por cada individuo.

¿Qué hacer? ¿Cómo cuidarse en tanto profesional, cómo ejercer el autocuidado que se promueve entre los pacientes?
Según la OMS, el autocuidado puede ser una parte efectiva de los sistemas de salud.

Hay 8 áreas clave en el autocuidado:

• Autocuidado físico: Implica movimiento del cuerpo, salud, nutrición, sueño, descanso, contacto físico y necesidades sexuales.
• Profesional: Tomar cortos breaks, dejar el trabajo en el hospital o clínica. Ser intencional en dejar en la UTI  el rol, una vez que se sale de ella. Promover relaciones sociales sanas con los compañeros de trabajo.
• Espiritual: Esta definición es muy personal. Cuidar el lado espiritual puede significar estar más conectado con el momento presente, conectarse con otras personas de una manera significativa, ser guiado por Dios, dependiendo la creencia de cada uno o un Poder Superior. Básicamente, es estar conectado a un mayor significado y propósito en la vida.
• Financiero: Crear un presupuesto y apegarse a él, en lo posible. Ahorrar, en caso de contingencias. Pagar deudas, pensar si se está incurriendo en compras y deudas para manejar factores emocionales.
• Social: Dedicar tiempo a reconectarse con familiares y amigos con quienes se sostengan relaciones positivas. Ejercitar la creatividad, el modo de reconectarse puede ser a través del arte, escribir cartas, juegos a distancia, grabaciones de audiolibros que leemos para otros, encontrar alternativas que no necesariamente sean anhelar las visitas físicas o las llamadas vías Zoom que se han usado en los últimos 12 meses.
• Psicológico: Empezar un diario reflexivo, considerar terapia o una llamada de soporte emocional a tu Programa de Asistencia al Empleado, con profesionales que puedan escucharnos y acompañarnos.
• Emocional: Darse permiso para observar las emociones por lo que son, con poco o ningún juicio. Reencontrarse con el humor, cosas que hagan reír y/o llorar cuando haga falta.

Algunas consideraciones finales:

• En lo posible, programar un día (o algunos minutos) de salud mental. A veces, problemas de staffing o sentimientos de culpa interfieren con la capacidad de programar un día libre con anticipación; pero esto es necesario. Al tomar un día de salud mental para enfocarse en aliviar el estrés, uno puede esperar desestresarse, organizar sus emociones, relajarse, restablecer su perspectiva, descansar física y mentalmente y/o dar un paso atrás para evaluar su situación actual.
• Considerar la posibilidad de organizar Grupos Balint en tu unidad. Un grupo Balint es una reunión regular y con propósitos entre médicos y un facilitador o líder capacitado (usualmente, un profesional de la salud mental) para permitir la discusión de cualquier tema que ocupe la mente de un médico fuera de sus encuentros clínicos habituales. (EAP LatinA, proveedor de tu Programa de Asistencia al Empleado puede ayudar con esta labor).

El cuidado personal de la salud mental debe ser considerado una prioridad para todos los profesionales de la salud, en cualquier circunstancia;  pero mucho más hoy, en este contexto mundial que toca atravesar.

Omint, ofrece a sus empleados, a través del equipo del prestador EAP Latina, autor del presente articulo, un programa de asistencia emocional y psicológica que puede ser una gran herramienta en tiempos de pandemia. El objetivo es estar presente para el día que los colaboradores de nuestra compañía necesiten hablar, contar esas cosas que otros no pueden o no están dispuestos a escuchar y que es necesario compartir para aliviar.

Lic. Jenny Naja
Psicóloga, especialista en Psicología Clínica.
Ex-Psic Clínica en la UCI del Hospital de Clínicas Caracas, Venezuela.
Senior Director of Operations at Espyr – US, anteriormente, Country Manager for EAP LatinA.

   
Referencias:
Holmes, T. H., & Rahe, R. H. (1967). The social readjustment rating scale. Journal of psychosomatic research, 11, 213.
Kanner, A. D., Coyne, J. C., Schaefer, C., & Lazarus, R. S. (1981). Comparison of two modes of stress measurement: Daily hassles and uplifts versus major life events. Journal of behavioral medicine, 4(1), 1-39.
Roberts M. Balint groups: a tool for personal and professional resilience. Can Fam Physician. 2012;58(3):245-247.